sábado, 30 de junio de 2012

El gen criminal

Ante el comportamiento antisocial del ser humano, frente a casos de homicidio, violación, robo, etc., desde la antigüedad ha surgido la pregunta por la causa original de tales trasgresiones. Cada época, con su correspondiente conocimiento y visión, ha intentado evidenciar los orígenes de la maldad humana. Alguna vez el culpable fue la posesión demoníaca; luego la forma involutiva del cráneo; en la actualidad, los responsables de la criminalidad humana parecen ser nuestros genes. La decisión, la autoconciencia, el libre albedrio, han pasado a un segundo plano y entonces, de nuevo, los actos oscuros del ser humano no tienen un responsable verdadero.

A finales del siglo XIX se creyó que la forma del cráneo predeterminaba el carácter y la conducta criminal; más adelante, la endocrinología señaló que el mal funcionamiento del metabolismo era el responsable de tales comportamientos. Posteriormente, la neurología cobró protagonismo al revelar el funcionamiento del cerebro como condicionante moral del ser humano. En el inicio del siglo XXI, factores químicos, deficiencias serotoninérgicas, anomalías en neurotransmisores, etc., fueron los nuevos sindicados, de los cuales finalmente la genética parece haber ganado la batalla científica (y mediática) al señalar una predisposición hereditaria, no solo hacia lo bueno sino también hacia lo malo de nuestros antepasados o sencillamente señalando la irrupción de un gen violento.

El responsable, se afirma, es el gen MAO-A, encargado de degradar neurotransmisores como la dopamina, la noradrenalina y la serotonina, tres sustancias químicas de cuyo equilibrio dependen la salud emocional y nuestras reacciones ante el entorno. Existen dos variantes del gen MAO-A, una débil y otra activa; la versión 'débil' al parecer no cumple bien con su función de descomponer dichas sustancias, lo que (extrañamente) se traduce en comportamientos transgresores. En conclusión, este gen predispone a reacciones emocionales intensas y hace difícil el control de conductas agresivas.

Sin duda, la expresión de genes responsables de enfermedades y las deficiencias biológicas predeterminadas en el código genético son una realidad científica, sin embargo en el discurso científico parece haberse dejado de lado el factor secreto que les hace emerger. El medio ambiente, la autobiografía e incluso la cultura, tienen un efecto muy poderoso sobre el sistema de la vida que aún no hemos logrado descifrar.

¿Cómo un entorno violento, agresivo, de guerras, masacres, etc., puede afectar la genética de un individuo o de un colectivo?, ¿cómo las acciones violentas de un ser humano, sin enfermedad mental alguna, pueden lesionar su cerebro y convertirlo en un adicto a su propio sadismo?, son preguntas que también deberían sumarse al discurso científico. La predisposición genética no se entiende sin analizar también las experiencias negativas de un individuo, las cuales acentúan su carácter antisocial.

Convencernos de que nuestro lado oscuro es exclusiva responsabilidad de un gen maligno, de que nuestras peligrosas imperfecciones son producto de un desajuste evolutivo, nos aleja de asumir una real y moral responsabilidad de nuestras acciones. Tal idea de la predisposición pueden llevarnos a un discurso cínico frente a nuestras erradas decisiones; como los personajes ya míticos de Mickey y Mallory Knox, podemos terminar afirmando: “no puedo evitar ser así, es mi naturaleza”.
Achacar nuestras adicciones, nuestras debilidades y por supuesto nuestra maldad, a genes mutantes, aunque parezca muy de moda y de actualidad, en realidad es el equivalente del peligroso pensamiento medieval que delata Shakespeare en El rey Lear: “La estupidez del mundo es tan superlativa que, cuando nos aquejan las desgracias, normalmente producto de nuestros excesos, echamos la culpa al sol, la luna y las estrellas, como si fuésemos canallas… Prodigiosa escapatoria del libertino, achacar su lujuria a las estrellas”.

La sombra del asesino
Por Miguel Mendoza Luna

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