Los deseos y propósitos que nos
hacemos en Año Nuevo suelen ser de índole valórica y producto de haber
detectado aspectos que nos tienen descontentos. Este año nuevo haré más
esfuerzo en los estudios/trabajo, pondré al día los pendientes seré mejor
papá/mamá, mejor pareja, haré deporte, atenderé más a mi familia.
Proponérselo, sin embargo. No
implica que resulte, y muy pronto estamos en lo mismo, dejando siempre para
otro día lo que en éste año nuevo se veía tan importante.
Lo que ocurre es que nuestra
conducta esta dirigida por valores que no son fáciles de cambiar en su nivel
jerárquico y creencias que, salvo que las revisemos, tampoco dan pasó a otras.
Cuando trabajamos demasiado en
desmedro de tiempo familiar, por ejemplo, hay seguramente una valorización del
éxito personal o los objetivos de trabajo por sobre el valor del bienestar
personal y familiar o de los objetivos de la familia. O bien, se tiene una creencia
equivocada respecto de la inversión del tiempo y dedicación que se requiere una
buena relación de pareja o el desarrollo de la familia.
La posibilidad de cambio está
dada, en parte, por la calidad de reflexión ética que logremos antes de
plantearnos nuestros propósitos de año nuevo. Es decir, por la calidad de
análisis que hagamos de nuestra vida cotidiana a la luz de los valores que nos
importan.
La buena reflexión ética quita
las cadenas y permite el cambio, porque identifica y hace consiente las
racionalidades y lo que determina más profundamente la conducta. ¿Qué hago en
vez de organizarme mejor? ¿A que le estoy dando más importancia que llegar temprano?
¿Qué factores me llevan a ser tan egocéntrico/a? ¿Qué persigo al permitirme ser
tan agresivo/a, siempre descontento/a y exigente?
El desafío de año nuevo es hacer
reflexiones éticas más profundas y críticas que nos permitan brindar el cambio.
M. Isidora Mena E.
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