martes, 2 de noviembre de 2010

¡Los papalotes si vuelan!

De pequeño me gustaba la idea que te venden en televisión, niños felices con un nuevo juguete, desde los más precarios como una bolsa de “Canicas” hasta los más sofisticados y modernos como “La Maquina Verde”.
No se la edad exacta con la que contaba cuando me decepcioné de los mensajes televisivos, pero recuerdo esa tarde de verano en Ciudad Obregón; el calor, como todos los años, hacia las tardes insoportables, pidiendo a gritos un helado hecho con Kool Aid; en el porche de la casa me preparaba con todo lo necesario para hacer mi primer papalote; unas varas de madera, papel periódico, Resistol, mecates, tenía todo listo.
Aunque estaba bajo la sombra, el sudor era tanto que prácticamente el periódico  con el que armaba el papalote estaba empapado, el helado se escurría con su color uva manchando la ropa y mis piernas se empezaban a llenar de hormigas que venían del llano de al lado.
Termine mas rápido de lo pensado, tenia listo mi papalote el cual lleve corriendo al lado de la casa, un terreno baldío amplio que seguro sería el indicado para iniciar la carrera y elevar mi creación por los cielos.
Lo intente una vez, dos y tres más, otras tantas y no se levantó del suelo, en vez de eso, se revolcó y llenó de tierra— ¡los papalotes no vuelan!—dije, a la vez que pateaba, y rompía mi máxima creación, me sentía engañado por la televisión que me mostró todo ese verano a niños corriendo por la playa y los parques al lado de su cometa; desde entonces no mire igual “las novedades” que anunciaba la televisión para navidad o el día del niño.
Ya con el tiempo los papalotes pasaron al olvido, hasta que un día, hace muy poco, visitamos mi hijo y yo a mi madre, la cual es feliz con su nieto, que le recuerda a ese plebe inquieto que fui yo—te tengo una sorpresa, ¡cierra los ojos!—dijo ella, dirigiéndose al gordo a la vez que sacaba de una bolsa un papalote multicolor; la carita del niño se lleno de júbilo una vez que lo vio en sus manos—vamos abue, vamos a volarlo—dijo el, tomándola de la mano, para salir rápido al parque mas cercano.
Me sentía mal, sabia que el papalote no volaría, los papalotes no vuelan, como es posible que mi madre pudiera ser tan cruel con nosotros, me repetía una y otra vez de camino al parque…
—Que gacha eres ma…
—De que mijo.
—El niño se va a agüitar, cuando no vuele esa madre.
—¿Cómo fregados que no va a volar?
—¡Los papalotes no vuelan! son mentiras esa onda.
—No diga tontadas mijo, ándale ayúdeme, dele cuerda yo se lo detengo.
Solo di unos pasos, cuando ella soltó el papalote, el artefacto que tanto odie, empezó a tomar vuelo y subir, me quede anonadado; mi hijo saltaba de felicidad y aplaudía, mi madre le festejaba y yo, yo tenia una cara de estúpido que no podía con ella, miraba con asombro aquella cosa en el cielo, sosteniéndose solo por el hilo que tenia en mi mano, mi actitud fue cambiando de extrañeza a felicidad…
—¡mira papi, el papalote vuela!
—Si mijo ¡Los papalotes si vuelan!

Basada en el relato de Gary Flores/Escrito por Omar Guerrero  

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